Luis Arizaleta, editor en Polygon, reflexiona sobre este controvertido tema
Escucho con frecuencia esta idea expresada en unos u otros términos: «En la escuela, se enseña; la educación, en casa». Una idea errónea, probablemente consecuencia de la crisis que viven el sistema educativo en general y la profesión de educador en particular. Veamos.
Efectivamente, en la familia se configuran el lenguaje oral; vivencias de valores ejercidos (no declarados, ejercidos: empatía o egoísmo, equidad o discriminación, cooperación o individualismo…); actitudes ante el otro y el entorno: aceptación o rechazo, curiosidad o indiferencia, innovación o reproducción…
Pero la escuela es hoy el ámbito privilegiado —en una sociedad muy fragmentada en círculos de afinidad y étnica y culturalmente compleja— en el que pueden dialogar, convivir y desarrollarse solidaria y armónicamente esos aprendizajes familiares de base. Y el único en el que los adultos pueden enseñar y aprender experiencias colectivas, como el trabajo en equipo: ¿o es que gestionar grupos no significa educar en valores, actitudes y normas?
Todo adulto educa a las personas más jóvenes con quienes convive, con quienes comparte tiempo en un ambiente determinado: lo hace con su modelo de conducta, sus actitudes, sus reflexiones, su lenguaje, su memoria… también con sus saberes e ignorancias, competencias y incompetencias. Que algunos profesores y maestros renieguen de esa función y se reclamen únicamente «enseñantes», que haya padres, madres, periodistas u opinadores mediáticos que confirmen esa condición, no es más que una triste vuelta atrás en el tiempo y a una muy concreta concepción de un rol estructurante de la vida social: transmitir el conocimiento heredado, guiar la búsqueda de nuevo conocimiento.
Es muy probable que el problema de autovaloración y de valoración social resida justo aquí, en esa doble dimensión del rol educador: hasta no hace mucho tiempo, la transmisión del conocimiento heredado era la función principal de la escuela. Hoy, sin embargo, a la escuela se le pide que ejerza la otra, que impulse la capacidad de innovar.
Todos educamos de un modo u otro en la escuela y en la calle, en casa y en los medios de comunicación. Ese es el papel que la tribu deje ejercer para sobrevivir, un compromiso ineludible que debemos asumir. De este compromiso habla Manuel Fernández-Enguita, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, responsable de su doctorado en Educación, en su muy interesante libro «La educación en la encrucijada», descargable
en su blog. No lo dude, léalo y verá mucho más claro que a la escuela se viene para aprender, sentir, percibir, conocer y re-conocer, compartir, convivir, investigar, descubrir, comunicar… con los otros, adultos-educadores incluidos.
Luis Arizaleta, editor en Polygon Education